Comentario
Capítulo quinto
De dónde nació que los mercaderes se llamaron naoaloztoméca
La razón porque cierta parte de los mercaderes se llamó naoaloztoméca es que, antes que se conquistasse la provincia de Tzinacantla, los mercaderes mexicanos entravan a tratar en aquella provincia disimulados. Tomavan el traxe y el lenguaje de la misma provincia, y con esto tratavan entre ellos, y sin ser conocidos por mexicanos. En esta provincia de Tzinacantlan se haze el ámbar y también plumas muy largas que llaman quetzalli, porque allí hay muchas aves de éstas, que llaman quetzaltotome, especial en el tiempo del verano, que comen allí las bellotas. También hay muchas aves que llaman xiuhtotome, y otras que se llaman chalchiuhtotome, que vienen a comer el fruto de un árbol que llaman itzámatl. Y cuando caçan estas aves que llaman xiuhtótotl no las usan tocar con las manos, sino roçan de presto heno verde para tomarlas, de manera que las manos no lleguen a la pluma. Y si las toman con las manos desnudas, luego la color de la pluma se deslava y se para como amortiguada de la color açul de claro, deslabado. Hay también en aquella provincia muchos cueros preciosos de animales fieros.
Estos mercaderes que se llamaron naoaloztoméca compravan estas cosas dichas; rescatávanlas con navajas de itztli, y con lancetas de lo mismo, y con agujas y cascabeles, y con grana, y piedra de lumbre, y con almagre, y con unas madejas que se llaman tochíuitl, hechas de pelos de conejos. Todas estas cosas tenían estos mercaderes que se llaman naoaloztoméca con que rescatavan el ámbar de que se hazen los beçotes ricos y otros beçotes que llaman tencolli, los cuales usavan los hombres valientes por de muestra de su valentía, que no temían la muerte ni la guerra. Y eran muy diestros en el arte de pelear y de captivar. Rescatavan con lo dicho arriba también plumas ricas como eran quetzales y xiuhtótotl y chalchiuhtótotl. Y si alguna vez los conocían a estos mercaderes mexicanos los naturales, luego les matavan; y ansí andavan con gran peligro y con gran miedo. Y cuando ya venían y salían de aquella provincia para venir a sus tierras, venían con los mismos traxes que entre aquella gente havían usado. Y en llegando, a Tochtépec, donde eran tenidos en mucho, allí dexavan aquel traxe y tomavan el traxe mexicano. Y allí los davan beçotes de ámbar y orejeras que se llaman quetzalcoyolnacochtli, y quetzalicháyatl, que son mantas de maguey texidas como telas de cedaço; y les davan aventaderos o moscaderos que se llaman coxolihecaceuaztli, hechos de plumas ricas, y también les davan unos báculos que se llaman xaoaotopilli, adornados con unas borlas de pluma amarilla de papagayos, con que venían por el camino hasta llegar a México. En llegando a México, luego iban a ver a los principales mercaderes, y davan relación de toda la tierra que havían visto estos que se llamavan naoaloztoméca. Haviendo oído los principales mercaderes la relación de lo que passava, ivan luego a dar noticia al señor de México. Dezían: "Señor nuestro, lo que passa en la provincia de Tzinacantlan y lo que en ella hay es esto que traemos y está en vuestra presencia. Y esto no lo hemos havido de balde, que las vidas de algunos ha costado, algunos naoaloztoméca murieron en la demanda." Haviéndole contado por menudo todo lo que passó, concluyendo, dezian: "De esta manera que havemos dicho han buscado vuestros siervos tierra para nuestro señor dios Uitzilopuchtli. Primero descubrieron la provincia de Anáoac y la passearon, que estava toda llena de riquezas. Y esto secretamente como espías que eran disimuladas como mercaderes."
Y después que murió el señor de México, que llamavan Auitzotzin, fue elegido por señor Motecuço[ma], que era natural de Tenochtitlan. Como fue electo, guardava las costumbres que tenían los mercaderes y honrávalos; y particularmente honrava a los principales mercaderes y a los que tratavan en esclavos; y los ponía cabe sí, como a los generosos y capitanes de su corte, como lo havían hecho sus antepassados. Y los senadores que regían al Tlatilulco y los que regían a los mercaderes estuvieron muy conformes y muy amigos y muy a una. Y los señores mercaderes que regían a los otros mercaderes tenían por sí su jurisdición y su judicatura; y si alguno de los mercaderes hazían algún delito, no los llevavan delante de los senadores a que ellos los juzgassen, mas los mercaderes mismos, que eran señores de los otros mereaderes, juzgavan las causas de todos los mercaderes por sí mismos. Y si alguno encorría en pena de muerte, ellos le sentenciavan y matavan, o en la cárcel o en su casa o en otra parte, según que lo tenían de costumbre. Cuando los cónsules se sentavan en el audiencia, adereçávanse con atavíos de gravedad y de autoridad. Poníanse barbotes de oro, o barbotes largos de chalchihuite que llaman tencololli, o otros que llaman apoçonaltençácatl, o otros que llaman apoçonaltencololli, que no son largos sino corvos, o otros que llamavan xoxouhqui tencololli. Y los señores que regían a los pochtecas, cuando juzgavan, componíanse con los adereços arriba dichos, los cuales eran también insignias de que eran valientes, de que havían entrado en la provincia de Anáoac entre los enemigos. También se componían de estos adereços en las grandes fiestas. También los señores que regían los mercaderes tenían cuidado de regir el tiánquiz y todos los que en él compravan y vendían, para que ninguno agravíasse a otro, ni injuriasse a otro. Y a los que delinquían en el tiánquez, ellos los catigavan. Y ponían los precios de todas las cosas que se vendían.
Y cuando, alguna vez el señor de México mandava a los mercaderes y disimulados exploradores que fuessen a alguna provincia, si allá los prendían o matavan, sin dar buena respuesta o buen recibimiento a los que iban como mensajeros del señor de México, sino que los prendían o matavan, luego el señor de México, hazía gente para ir de guerra sobre aquella provincia. Y en el exército que iva, los mercaderes eran capitanes y oficiales del exército, elegidos por los señores que regían a los mercaderes, que se llamavan Cuappayaoaltzin y Nentlamatitzin y Uetzcatocatzin y Çanatzin y Ueyoçomatzin. Ellos davan el cargo a los que ivan y los instruían de lo que havían de hazer. Elegían también el capitán general a uno de los principales mercaderes que se llamava Cuappoyaualtzin. Por mandado, de éste se hazía la gente para la guerra en México y en Tezcuco y en Uexotla y en Coatlichan y en Chalco y en Uitzilopuchco y en Azcaputzalco y en Cuauhtitlan y en Otumba. De todos estos lugares dichos se recogía la gente para ir a esta guerra que tocava a los mercaderes.
Yendo por los caminos al pueblo que llegavan los del Tlatilulco, todos se aposentavan en una casa y ninguno faltava. Y si alguno forçava a alguna muger, los mismos principales del Tlatilulco se juntavan y le sentenciavan, y assí le matavan. Y si alguno de los pochtecas del Tlatilulco enfermava y muría, no le enterravan, sino poníanle en un cacaxtle. Como soelen componer los defuntos, le componían con su barbote y teñíanle de negro los ojos, y teñíanle de colorado, alrededor de la boca, y poníanle unas vandas blancas por el cuerpo, y poníanle unas tiras anchas de papel a manera de estola, como se la pone el diácono, desde el hombro al sobaco. Haviéndole compuesto, poníanle en un cacastle y atávanle en él muy bien, y llevávanle a lo alto de algún monte. Ponían el cacaxtle levantado, arrimado, a algún palo hincado en tierra. Allí se consumía aquel cuerpo, y dezían que no muría, sino que se fue al cielo, adonde está el sol. Lo mismo se dezía de todos los que murían en la guerra, que se havían ido adonde está el sol.